lunes, 29 de julio de 2013

La mujer que escribió Frankenstein, de Esther Cross

Si bien Frankenstein (cuyo título completo es Frankenstein o el moderno Prometeo) me pareció bastante aburrido y no me causó la mejor de las impresiones, leí el libro de Esther Cross sobre su autora porque me interesaba el relato de la época. La mujer que escribió Frankenstein me llamó la atención lo suficiente para leerlo, pero me pareció mal escrito, desordenado y repetitivo. Sin embargo, vale la pena leerlo por la descripción de la época.
 
Mary Shelley y su círculo íntimo de amistades vivieron en varias ciudades de Europa en el período entre pre victoriano y victoriano. El libro, casi biográfico, narra por un lado la historia de los romances y desgracias en su vida y, por el otro -la parte que me resultó más interesante-, describe cómo eran esos años en los que las pestes y plagas asolaban a las poblaciones y la todavía inmadura medicina no daba abasto ni tenía las herramientas necesarias para dar pelea.
 
La idea de que las enfermedades eran causadas por algo era impensada, así que sólo se atacaban los síntomas: para problemas en la sangre, se hacían sangrados practicando incisiones o usando sanguijuelas; contra las fiebres se usaban baños calientes o helados; casi toda dolencia intestinal se trataba con purgas y lavajes. Algunas técnicas se usaban porque estaban de moda, no porque se supiera que curaban algo. A veces lo que estaba de moda era un determinado médico, y lo que él dijera se hacía sin cuestionamientos.

Al no haber sido descubierta aún la anestesia, las cirugías debían hacerse en tiempo récord mientras el paciente gritaba como loco. Para poder lograrlo, los cirujanos necesitaban tener un conocimiento detallado de la anatomía humana, y eso sólo era posible con mucha práctica. Pero la mayoría de las personas no donaban sus cuerpos a las facultades de medicina, así que los medicos se veían forzados a recurrir y tratar con los ladrones de cadáveres, que rondaban los cementerios en busca de tumbas recién excavadas para profanar y "sujetos" para venderles.

En ese ambiente, escritores como Poe, Lovecraft, Stoker, Doyle y Shelley concibieron los cuentos de horror y misterio más famosos de la historia. El monstruo de Frankenstein es un reflejo exacto de esa época.

No es una protesta, es vandalismo.

Algunos de los destrozos causados
Lo de la semana pasada en Santiago fue vergonzoso y deplorable. Resumiendo, en Chile el aborto sigue estando prohibido en cualquier caso, incluso si se trata de una niña de ¡11 años! que fue violada por su padrastro, gracias a una ley de la dictadura de Pinochet que ya tiene más de 24 años y que ningún gobierno ha logrado (o querido) cambiar.
 
Soy el primero en entender que esto es atroz, que no puede ni debe seguir siendo así, y las voces de los mal llamados pro-vida me llenan de indignación, al igual que leer la noticia (y los comentarios) en los sitios de noticias católicos. Pero las posturas se defienden con argumentos, no con agresiones y mucho menos con violencia, que por otro lado sólo logra que los socios del club del libro único se sigan victimizando y usando justificaciones falaces para negar a las mujeres el derecho a decidir. Ahora pueden decir "¿Ven? Los abortistas y los ateos son unos violentos, unos inadaptados."

Las leyes antiaborto no pueden ser excusa para que un grupo de gente a entre a una Catedral (o a donde sea) y se ponga a gritar obscenidades y hacer todo tipo de destrozos. Quienes se encontraban allí en ese momento no tenían porqué ser testigos de semejante barbarie. Es esperable que hayan temido por su seguridad y estarían en todo su derecho, al igual que el resto de la comunidad católica y los ciudadanos chilenos, de sentirse indignados.

Por otro lado, ir a pedirle a la Iglesia que deje de meterse en la vida de los demás o que cambie su postura frente al aborto es pedirle peras al olmo. Es inútil. En todo caso, el lugar correcto para las protestas -pacíficas- sería frente al Ministerio de Salud, el Congreso Nacional o la Corte de Justicia. Y el reclamo debe ser claro y conciso: la separación total del Estado y la religión.

viernes, 12 de julio de 2013

Me permito contestar…

… un artículo que acabo de leer en una revista mensual distribuida por la organización jasídica Jabad Lubavitch de Rosario. En él, una señora -religiosa, haríamos bien en suponer, ya veremos por qué- cuenta dos anécdotas en una. Primero, cuenta que una mañana se le hizo tarde para salir de su casa y perdió el primero de dos colectivos (tenía que hacer un transbordo) y seguramente iba a llegar tarde a su destino. Pero en lugar de preocuparse, decidió que ella había hecho “todo esfuerzo posible para ser puntual. Si llego tarde, es cosa de D-os. Si ésta es la manera como Él quiere que sea, así es como será.” Así que se sacó el reloj para no estar mirándolo todo el tiempo y se dejó llevar, como se suele decir. Sorprendentemente, el siguiente colectivo llegó en seguida y su conductor iba bastante apurado, por lo que finalmente llegó temprano a donde debía ir. La conclusión que la autora saca de todo esto fue “¡Estoy tan contenta por haber decidido dejar conducir el vehículo a D-os; hace tan bien su trabajo!”

Esta reflexión me recordó a lo que decía Sam Harris sobre los sobrevivientes de desastres naturales que se sienten agradecidos a sus dioses por haberlos salvado, ajenos al egoísmo y egocentrismo que ese pensamiento supone. Lo que esta señora dice, básicamente, es que ese ser supremo que ella cree que creó todo primero la hizo llegar tarde a la parada del autobús para después, cuando ella decidió no preocuparse, hacer que el colectivero siguiente se pusiera a manejar como piloto de Fórmula 1, de forma que ella pudiera llegar temprano a sus actividades. La señora parece ser de esos creyentes que siguen convencidos de que el mundo entero gira alrededor de ellos. Si le preguntáramos por qué su dios haría toda esa maniobra -o, ya que estamos, por qué hace cualquier cosa- y obtendremos el consabido “Él sabrá” o alguna de sus muchas variantes ("tiene un plan que sólo Él conoce", "actúa de maneras misteriosas", etc). Lo mismo si le preguntáramos por qué ese dios crea esos desastres naturales, matando a miles de personas para después salvar a unas pocas. El motivo no importa o podemos inventarlo en el camino, lo que importa es ver en cualquier cosa cotidiana una reafirmación de la fe (la propia, claro, no la de otros). Si el conductor le hubiera explicado a la señora a qué se debía su apuro, ella habría contestado que eso también era voluntad divina. La mente del creyente encuentra respuesta para todo.

La segunda parte de la historia ocurre dentro del colectivo. Sube un grupo de chicos que “parecían ser alumnos de 7º u 8º grado” y uno de ellos propone al resto ir a comer hamburguesas con queso. ¡Horror! ¡Mezclar carne con lácteos! La buena mujer debía intervenir y evitar semejante atrocidad. Así que con mucha amabilidad (y la infaltable condescendencia de los religiosos) se dirige al joven y le pregunta si se puede ver la fuerza de gravedad. Como la respuesta es obviamente negativa, la mujer observa “que algo que ni siquiera podemos ver nos controla a nosotros y al mundo entero.” ¿Qué a qué vino eso? Bueno, ahí vamos. Después, le habla al pobre chico que sólo quería comer una cheese burger sobre el microscopio más pequeño del mundo según el libro Guinness de 1992 y sobre cómo podía “magnificar al tamaño de un electrón!” Y entonces concluye: “Quizás llegue un día cuando haya algún tipo de microscopio espiritual. Entonces podremos ver qué terrible daño se perpetra al alma judía si se come carne y leche juntos.” Como todo estaba coordinado con el de arriba, justo en ese momento el colectivo llegaba a la parada y la señora se baja, no sin antes recomendarles a los atónitos chicos estudiar los textos sagrados. Estaba muy contenta de haberles enseñado una lección, haciendo así su buena obra del día.

Pasemos de largo la falacia sobre la gravedad y las imprecisiones respecto de los microscopios y los electrones. Lo que me interesa es la parte donde, cliché religioso si los hay, cae en el "qué pasaría si" al sugerir que uno debe mantener kashrut por si acaso algún día se comprueba que de no hacerlo se estaría dañando al alma. Me resulta inconcebible que alguien rija su vida en base al “por si acaso”, pero es sorprendente cuántos lo hacen. En cuanto a la señora metiche, no sé si me molestó más su insolencia al decir a otros, especialmente niños, lo que deben o no deben comer -siempre según su propia creencia, que a lo mejor ni ellos ni sus padres comparten-, o la seguridad con la que les afirmó que existe tal cosa como el alma y en particular el alma judía como distinta de la de otras etnias. O quizás lo que menos me gustó fue que les recomendase avocarse a los estudios religiosos. ¿Con qué derecho las personas religiosas se meten en la vida de los demás y les dicen a chicos que no son suyos lo que deben o no deben hacer con sus vidas?

miércoles, 3 de julio de 2013

Los Borgia, de Mario Puzo

La historia de la familia Borgia es sumamente interesante, por eso el libro de Mario Puzo me decepcionó. No es entretenido y por momentos parece un simple relato de acontecimientos, uno tras otro, sin "ritmo". En otras partes, es hasta repetitivo. De todas formas, es un libro corto y fácil de leer que ilustra sobre la vida y obra de la que para su autor fue una de las primeras familias criminales de la historia, al estilo de las que protagonizaron sus anteriores novelas sobre la mafia italiana. Según su pareja, Puzo sostenía que "los Papas fueron los primeros 'Dons' y que, de ellos, Alejandro VI fue el Don más importante."

Ya sea porque se tomaba muy en serio la supuesta infalibilidad que conlleva el cargo de Vicario de Cristo o simplemente porque era un déspota, desde que fue coronado como el Papa número 214 Alejandro hizo uso de todas las artimañas habidas y por haber para mantener su poder por el mayor tiempo posible, a la vez que intentó unificar a todos los territorios de Italia, regidos entonces por señores feudales, reyes y obispos, bajo el dominio de la Iglesia Católica. A fuerza de espadas y cañones, claro.
Sin tapujos, Puzo narra cómo se elegían los pontífices en la época de Roderic Borja (alias Rodrigo Borgia, Alias Alejandro VI) y cual era la verdadera naturaleza de sus funciones que, lejos de ser sanctas, eran más bien idénticas a las de un rey, un emperador u otro monarca. Designaban cardenales a conveniencia, comandaban a los ejércitos pontificios -tanto para defender a Roma de ataques de invasores como para asediar y conquistar nuevos terrenos, palacios y fortalezas "para la mayor gloria de Roma"- y casaban a sus hijos e hijas con los de otros monarcas para sellar relaciones mutuamente beneficiosas. Más de un Papa, Borgia entre ellos, directamente ordenó torturar y asesinar a enemigos y opositores y era habitual el uso de las bulas papales, las bendiciones y las excomuniones como moneda de cambio en las negociaciones.

Titulado originalmente The Family (la familia), Los Borgia se centra en las relaciones dentro y fuera de la familia Borgia, sus esposas, amantes, concubinas y sobre todo en el amor entre los hermanos César y Lucrecia. Hay celos, traiciones, odios, venganzas y mucha violencia. Este fue el último libro que escribió Puzo antes de morir. Como había quedado inconcluso, fue completado por su secretaria y compañera, la escritora Carol Gino, en colaboracion con el historiador Bertram Fields.