viernes, 30 de marzo de 2012

Abajo, el Infierno


En una entrada anterior miramos hacia arriba, hacia el Cielo. Hoy nos toca mirar hacia abajo. En la mayoría de las religiones, el Infierno es un lugar -o un estado- de sufrimiento y tortura reservado a los malvados y los pecadores. Según algunas creencias es eterno, mientras que para otras es otro paso intermedio.

Lucifer, rey del Infierno (G. Doré)
Si bien el término en español nos hace pensar en un lugar caliente, y en ese sentido lo usamos cuando decimos “hoy está hecho un infierno” o “hace una temperatura infernal”, su origen latino hacía referencia a una dirección: inférnum, o ínferus significan inferior o subterráneo. En el idioma inglés moderno, la palabra Hell (Infierno) proviene de hel, o helle, que en el inglés antiguo usado en el período del paganismo anglosajón (s. V a XIII) se referían al mundo inferior o subterráneo en el que habitaban los muertos, y que a su vez derivan de halja, que en el idioma protogermánico significababa “el que esconde algo”.

Una de las más antiguas referencias a algo similar al Infierno la encontramos en el antiguo Egipto, más específicamente durante la época del Imperio Medio, del 2055 al 1650 a.C. En este período, Osiris era considerado el dios de la resurrección, la vida después de la muerte, el Inframundo y los muertos. Su culto le ofrecía hasta al más humilde de sus seguidores la posibilidad de una vida eterna, siendo la idoneidad moral el factor principal a la hora de determinar si la merecían. Después de morir, las personas eran juzgadas por un tribunal de cuarenta y dos jueces. Aquellos encontrados culpables eran arrojados a un “devorador”, que los castigaba por medio de terribles tormentos y luego los destruía. Es muy probable que estas descripciones hayan influenciado las ideas medievales del infierno.

Las evidencias más antiguas de la noción de un Inframundo habitado por los muertos pueden encontrarse en las culturas sumeria, babilonia, acadia, asiria e hitita, entre otras. De entre los pocos textos que sobrevivieron hasta nuestros días, podemos encontrarlas en la Epopeya de Gilgamesh, “El descenso de Inanna al Inframundo”, “Baal y el Inframundo”, “El descenso de Ishtar” y “La Visión de Kummâ”.
Mictlantecuhtli, Señor de Mictlán

Otras mitologías en las cuales encontramos equivalentes del Infierno son la bretona (Anaon), celta (Uffern), eslava (Peklo), finlandesa (Tuonela), Bagobo (Gimokodan), india (Kalichi), Haida (Hetgwauge) y Swahili (Kuzimu), por citar algunos ejemplos. Los pueblos americanos también tenían sus equivalentes infernales. Los aztecas creían que los muertos viajaban al Mictlán, que se encontraba muy al norte y al cual llegaban después de cuatro años de duras pruebas, como atravesar montañas que se desplomaban, cuchillos que volaban llevados por el viento, un río de sangre y jaguares. En la cultura maya, el Inframundo era llamado Xibalbá, estaba dominado por demonios, tenía nueve niveles y sus caminos eran tortuosos y empinados.

En la mitología griega clásica se describe un mundo subterráneo llamado Hades, al cual eran enviados todos los muertos, más allá de lo que hubieran hecho en vida, y dentro del cual se encuentra el Tártaro (literalmente, lugar profundo), que era un pozo oscuro o abismo, usado como calabozo de tormentos y sufrimiento. En los Gorgias, uno de los diálogos escritos por Platón poco antes del 400 a.C., las almas eran juzgadas después de la muerte y aquellos que debían ser castigados eran enviados a Tártaro. Así que Tártaro sería entonces una especie de Infierno dentro del Inframundo.
Diagrama de la ubicación de Hades y Tártaro

En el judaísmo antiguo no había originalmente un concepto de Infierno, ni una doctrina específica sobre la vida después de la muerte, sino que este concepto que fue introducido durante el período Helénico. El Gehena, que sí es parte de su tradición, no es exactamente un Infierno, sino originalmente una tumba y más tarde una especie de Purgatorio, donde las personas eran juzgadas en base a las cosas que hicieron durante sus vidas o, más correctamente, donde tomaban conciencia de sus fallas y acciones negativas. Por este motivo, se lo veía  como un intenso sentimiento de vergüenza, más que como un lugar físico. La Cábala lo explica como un lugar de espera para todas las almas, no sólo las de los malvados. El pensamiento rabínico, en su gran mayoría, sostiene que la gente no permanece en Gehena para siempre, sino que, como máximo, pueden pasar ahí doce meses, aunque hubo excepciones. Algunos lo consideran una “fragua espiritual” donde se purifican las almas para su eventual ascenso al Cielo. El término Gehena deriva de un lugar en las afueras del antiguo Jerusalén, llamado Valle del hijo de Hinnon, en el cual, según el Viejo Testamento, los apóstatas y seguidores de dioses cananeos sacrificaban a sus niños en la hoguera. El Sheol (pozo, morada de los muertos), era el equivalente del griego Hades.

La doctrina cristiana sobre el Infierno deriva del Nuevo Testamento, donde se lo describe usando los términos Tártaro, Hades o Gehena, aunque, como vimos, no son del todo equivalentes entre sí. En muchas iglesias cristianas, como la Católica, la mayoría de las Protestantes (Bautistas, Episcopales, etc.) y algunas griegas ortodoxas, se enseña que el Infierno es el destino final de aquellos que no fueron encontrados merecedores después de haber pasado por el gran trono del juicio, donde serán castigados por sus pecados y permanentemente separados de Dios después de la resurrección y el Juicio Final.

Algunas sectas cristianas modernas, como La Iglesia Viva de Dios, La Iglesia Internacional de Dios y la Iglesia Adventista del Séptimo Día, adhieren a la teoría de la Inmortalidad Condicionada, según la cual el alma es mortal -muere con el cuerpo- y sólo aquellos que creen en Jesucristo merecen el “regalo” de la inmortalidad en el Juicio Final. Para los seguidores del Aniquilacionismo, el alma es mortal, a menos, por supuesto, que reciba la vida eterna, y puede ser destruida en el Infierno. Los Testigos de Jehová, por su parte, sostienen que el alma vive con el cuerpo y deja de existir cuando la persona muere, por lo que el Infierno es un estado de no existencia, sin tormentos.

Mujeres ardiendo por mostrar su cabello
Los musulmanes creen en el Yahannam, que es descripto en el Corán como un Infierno de fuego dividido en varios niveles, con sus puertas custodiadas por el ángel Maalik y sus diecinueve guardianes. Los castigos en cada nivel dependen del grado de maldad cometido por las personas durante su vida. A diferencia de las habituales descripciones del Infierno, uno de estos niveles es un lugar helado, de frío extremo y vendavales de hielo y nieve. El último nivel está reservado para quienes sean culpables de los peores pecados: hipocresía (los que no crean en Alá y Su mensajero Mahoma, aunque en público digan lo contrario), idolatría y politeísmo.

En el Budismo, por su parte, Buda habla sobre el Infierno con gran detalle. Hay cinco o seis reinos de renacimiento o reencarnación, que pueden ser a su vez subdivididos en grados de agonía o placer. De los reinos infernales, o Naraka, el peor es el Avīci, o sufrimiento eterno (se llama así, pero, si bien el sufrimiento puede durar eones, éste no es permanente, ya que sólo dura hasta la siguiente encarnación). El budismo enseña que la forma de escapar de estos ciclos de migraciones o renacimientos infinitos (ya sean positivos o negativos) es alcanzando el Nirvana.

Naraka budista (R. Temple)
En el Vedismo (religión anterior al hinduismo que duró hasta el siglo VI a.C.) no había todavía un concepto de Infierno. Sin embargo, en la literatura hindú posterior -especialmente en los libros de leyes y Puranas- se menciona un reino similar al Infierno llamado también Naraka, presidido por el dios Yamarāja, que era también el dios de la muerte. Chitragupta era el encargado de guardar registros de todos los crímenes cometidos y leerlos a los pecadores para que Yamarāja decidiera el castigo apropiado. Estos castigos iban desde ser sumergido en aceite hirviendo, arder en una hoguera, torturas con armas varias, etc. Aquellos que concluyeran su castigo, renacerían de acuerdo a su balance de karma. Como todas las criaturas son imperfectas y han cometido al menos un pecado en sus vidas, se decía que todas tenían que pasar al menos una pequeña temporada en el Infierno.

En China, la mezcla de influencias taoístas y budistas con la mitología y antiguas creencias locales dieron origen al Diyu (prisión terrestre). Esta prisión, gobernada por Yanluo Wang (el Yamarāja del Budismo), era un gran laberinto formado por niveles subterráneos y celdas, en las cuales las almas expían sus pecados terrenales sufriendo terribles castigos. También, al igual que en el Budismo, son renovadas y preparadas para la próxima encarnación.

Como puede verse, así como el Coco, o Cuco, era el encargado de mantener a los niños a raya y hacer que se fueran a dormir a horario ("Duérmete niño, / duérmete ya, / que viene el coco / y te comerá..."), el Infierno ha sido siempre el "monstruo en el ropero" con el cual se asustaba (y se sigue asustando) a las personas para que no caigan en la tentación de salirse de las normas establecidas por las creencias religiosas. No es casual que en muchas religiones el peor de los pecados sea, justamente, no tener fe.

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